Charlie Chaplin curiosidades



Los Ángeles, enero de 1914. Un director de cine conmina al actor de teatro que acaba de fichar para que invente algún tipo de personaje. Necesita a un figurante divertido para un sketch que va a rodar ese mismo día. El tipo, un cómico inglés casi desconocido, de nombre Charles Spencer Chaplin, menudo y elástico como un muelle, se encierra en el guardarropa. No tiene muy claro el papel que debe interpretar ni cómo quiere aparecer. En la Keystone, la productora fundada por Marck Sennett en el barrio periférico de Edendale, se funciona así: no hay guión, no hay historias, solo gags y situaciones hilarantes repetidas una y otra vez.

A los pocos minutos, el principiante sale: se ha puesto un bombín deformado en la cabeza, una chaqueta demasiado ajustada, los pantalones demasiado anchos. Empuña y revolotea un bastón de caña para concederse un improbable toque refinado. Se ha pegado un penacho de bigotillo negro bajo la nariz: no ha cumplido los 25 y quiere parecer más maduro. Es la epifanía de un mito. Charlie Chaplin acaba de dar a luz a Charlot. El nacimiento de la primera estrella del cine universal.
Si el disfraz fue fruto de un relámpago de genialidad, la construcción del personaje le llevó más tiempo y trabajo. A partir de aquella tarde invernal, Charlot se fue conociendo, matizando y refinando. Hoy se puede admirar –por primera vez– aquel mágico proceso creativo gracias a la versión restaurada de los cortometrajes que el artista interpretó y dirigió para la Keystone. Treinta y cuatro pequeñas películas mudas, de entre 10 y 20 minutos cada una, realizadas en los estudios de la productora entre el 2 de febrero y el 7 de diciembre de 1914. "Los cortos Keystone encierran en sí aquel atisbo genial que anuncia el Chaplin maduro. Allí están los orígenes de la inspiración de toda su vida", comenta emocionado su nieto, Charles Sistovaris, hijo de Josephine.
"Con estas obras asistimos en directo a la evolución del vagabundo", resume Cecilia Cenciarelli, de la Cinemateca de Bolonia, a la que se debe, junto con el British Film Institute y el Lobster Film de París, el haber sacado del baúl estas joyas perdidas y haberlas editado en cuatro DVD. Estaban esparcidas por el mundo, fragmentadas, deterioradas y olvidadas. "Chaplin no tenía los derechos de aquellos cortos. Nunca contrató abogados para volver a encontrarlos, hubiera sido una empresa titánica", evalúa Kate Guyonvarch, directora de la Asociation Chaplin. "De esa época se conocían un puñado de títulos, muy dañados", explica Gianluca Farinelli, director de la filmoteca boloñesa. "El divo, que luego tutela su obra de forma ejemplar, no protegió sus comienzos cinematográficos, que fueron mutilados, mezclados, remontados y, por eso, a veces casi incomprensibles. Verlos hoy adquirir fuerza y sentido es un milagro".
Un milagro que ha supuesto siete años de trabajo. En 2003, desde Bolonia salió un mensaje hacia todas las filmotecas del mundo. "Pedíamos a quien tuviera algún fragmento de los Keystone que nos lo enviara", recuerda Cenciarelli. Trece instituciones mandaron sus rollos, asegurados, sellados, como se hace con una obra de arte. "Reunimos el material superviviente y empezamos el puzle", explica.
Los restauradores del taller L'Immagine Ritrovata, guiados por Davide Pozzi, han recuperado la cinta de nitrato, la han copiado, han reconstruido uno por uno los dientes rotos de la película, han sanado rasguños, quemaduras, devuelto el orden original a las escenas y tapado huecos narrativos. El resultado: el mundo vuelve a disfrutar, por primera vez de forma completa y filológicamente correcta, la mejor versión posible de las comedias de Chaplin.
El regalo llegó en junio de 2010, cuando el coleccionista Paul E. Gierucki encontró una copia incompleta en 16 milímetros de A Thief Catcher, donde el artista interpreta a uno de los keystone cops, la manada de policías fanfarrones que protagonizaban muchos de los cortos de Sennett. Chaplin no es el protagonista. Pero es otro conmovedor documento de aquella época volcánica: su primer paso frente a la cámara y el descubrimiento de los ritmos y los códigos de la gran pantalla.
La historia del salto de Chaplin del music hall a las salas de cine arranca un día de primavera de 1913. El cómico estaba de gira en Estados Unidos con la compañía teatral de Fred Karno. El 12 de mayo, a Alfred Reeves, empresario del grupo, le llega un telegrama: "¿Está entre vosotros un tal Chaffin o algo por el estilo? Stop Si es que sí, contacte con Kessel y Bauman, 24 Longacre Building Broadway". Reeves entendió que se referían a su mejor actor, ya bastante famoso en Londres, tanto "que vivía dignamente y se había comprado un piso", subraya su biógrafo David Robinson. Chaplin organiza un viaje a Nueva York. Había averiguado que el edificio albergaba muchos gabinetes de abogados y esperaba que uno de ellos le destinara la herencia de una vieja tía. Fue una gran decepción cuando se dio cuenta de que le esperaban los letrados de la Keystone Films. Y que no le ofrecían el dinero de la rica señora, sino un contrato de trabajo.
"En 1913, el cine para un actor representaba la muerte civil. Solo el teatro era algo digno", subraya el crítico italiano Alberto Crespi. "La Keystone producía cortometrajes brevísimos, construidos alrededor de las bellezas en bañador o de los Keystone Cops". Eran obras en serie, corales, casi sin trama y con una cadena de sketches a ritmo desbocado y bastante triviales: tartas a la cara, patadas en el culo, persecuciones, borracheras y besos robados. Chaplin estaba acostumbrado a ensayar sus gags durante horas antes de llevarlos al escenario. Keystone cerraba una película cada siete días. Pero la oferta era 150 dólares por semana. Más del doble de lo que ofrecía Karno. Así que en septiembre, Charlie Chaplin firma su primer fichaje cinematográfico. Y la historia cambia para siempre.
Las 33 pequeñas películas (una, Her Friend the Bandit, sigue perdida), además de un regalo para cinéfilos de paladar fino, son un estupendo documento del nacimiento de Charlot. Sennett solía gritar "¡corten, corten!" cada 20 segundos. Pero Charlot es tan irresistible que su debut llega a durar casi un minuto. Aquella película, Mabel's Strange Predicament, se arrincona para rodar otra el 17 de enero. La familia Keystone hace incursión en una competición de coches para chavales en Venecia, California. Kid Auto Race es la primera obra de Charlot de principio a fin. Los zapatos aún son pequeños y la caminata esbozada, los números impulsivos, la sonrisa malvada y la presencia escénica de grano demasiado grueso para el perfeccionista que luego llegó a ser.
"Charlot enriquece los trabajos de Sennett con una carga surrealista, la que tanto gustó a Duchamp o Apollinaire. Es un personaje construido a base de contrastes, un sin techovestido de dandi", comenta Cenciarelli, que en Bolonia coordina el Proyecto Chaplin. Una iniciativa que, además de resucitar los primeros cortometrajes, ha digitalizado toda su herencia: 130.000 páginas de fotos, documentos, cartas, guiones, dibujos que se pueden consultar en línea (www.charliechaplinarchive.org).
"Hasta entonces, las películas de la Keystone se hacían con un hombre que corre desbocado, choca contra un árbol y rebota. Chaplin corre, choca contra el árbol, rebota y luego se da la vuelta y saluda al árbol con su bombín", ejemplifica Cenciarelli. "Mi abuelo pasaba días y días trabajando sobre la misma escena, repitiéndola una y otra vez. Si no encontraba ese nimio detalle que marcaba la diferencia, para él no merecía la pena rodar la película", comenta Sistovaris.
Los comienzos hacen vislumbrar el porvenir de su genio estrechando vínculos con su infancia. Se encuentra en ellos esa dimensión onírica, naif, pero siempre tan concreta, tan cercana, que por cada risa exige también una lágrima. François Truffaut dijo que Chaplin es grande porque había sufrido el hambre de verdad, cuando era niño. Los obreros que pagaban un níquel para ver las proyecciones de media tarde lo supieron reconocer. Contaba la pobreza, los malabares cotidianos de un hombre hambriento, la suciedad, las miserias, y las hipocresías de la clase burguesa. "El abuelo que yo conocí ya era muy anciano y alejado de su personaje [Charly tenía seis años cuando Chaplin murió, el día de Navidad de 1977]. Recuerdo una escena que nunca olvidaré. Tras la cena, los nietos pasábamos al salón con los adultos y comíamos cacahuetes. Una vez, yo estaba al lado de mi prima Aurelia y me estaba zampando sus cacahuetes. De repente, mi abuelo se levantó y me apuntó con su bastón. Todo el mundo se quedó anonadado, fue como ver resurgir a Lázaro. Mi madre me llevó a la cama enseguida. Sus obsesiones, el hambre, la injusticia, estaban presentes en él hasta el final".
Quizá por la misma arcana ley, el halo de magia que le circunda no se desdibuja con los años. Al revés, siempre hay ocasiones para avivarlo. Como ver sus primeros pasos capturados en la película de nitrato. Chaplin nunca decepciona. "Adoro la mirada de la gente cuando confieso de quién soy nieto", cuenta Charly, "sin palabras, me escudriñan como si acabara de declararme primo hermano de Tintin".

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